jueves, 7 de octubre de 2010

Mezquindad






















Érase una vez un mundo donde reinaba el delirio y la frivolidad desorbitada. Este reino lóbrego era gobernado por su majestad Furor de la Noche, omnivagante noctámbulo, ente psicopompo y maestro generoso dadivoso del Éxtasis. El elixir cautivador y revelador del gran arcano del amor y la voluptuosidad. Aquel misterio que persiguen los humanos desdichados con aullidos melancólicos en la noche, inalcanzable e intangible. Como el canto de los lobos a media noche de plenilunio, donde las alimañas de terror sugestionan y seducen a los degenerados y enfermos mentales. Carne de cañón, vástagos de la ignorancia y estupidez humana que han sembrado durante eones desde su expulsión del Paraíso Terrenal. Conmueve tanta muestra de afabilidad con la que dedican los humanos a sembrar su memez y su soberbia. El terror de la belleza y la morbosidad del sublime que aliena a locos con labios obscenos rebosante de espumajo. Es la misma esencia del ser humano lleno de egocentrismo y frivolidad, que aun viviendo cada momento en el filo de la muerte, cree que será eterno y su vida realmente importante. Eso es lo que los trasgos y las hadas del bosque odian más que nada en el Mundo. Es esa devoción por la que han dedicado su existencia a crear desolación en la vida absurda y efímera de esos estúpidos humanos. El canturreo de las aves nocturnas se confunden con las carcajadas malévolas y alborotadas de hadas, trasgos y otras alimañas noctámbulas, y especialmente cuando con abominación y alevosía arrancan el suspiro a uno de esos mentecatos y humanos vanidosos. Algunos que aun son conscientes de ello y tiritan dominados por un pavor sin igual al escuchar el canto de los lobos, saben que en realidad son lobisomes que arrancan con sus fauces los rostros de belleza ingenua.


Los ancestros de los túmulos braman desesperados y vociferan cantos nostálgicos cuando los humanos los visitaban afablemente y ofreciéndoles presentes en su descanso de la noche. Son los únicos que podrían aplacar la cólera de los seres nocturnos, pero el ser humano en su estupidez prefirió abandonar las antiguas costumbres en pos de la modernidad, el progreso y la juventud eterna. Estupidez divina y angelical de seres tan vanidosos que al fin y al cabo serán pasto de gusanos.




Sin embargo, solo conocerán el terror en cada instante de su mísera vida. Los mismos seres noctámbulos dedicarán con exquisitez un tortura sin fin y el placer se dibujará en sus rostros a poder realizar la venganza soñada.


Pero, aquella noche sería el momento de Arturo cuando vagaba en los senderos lóbregos de la urbe maldita, errabundo y embriagado de éxtasis divino del Templo de la frivolidad. Había conseguido llenar su ego aprovechándose y consumiendo a una damisela tan alienada como él. Desconociendo el amor o la sensualidad, simplemente el consumir un placer efímero, sin voluntad más allá de utilizar al otro como mero objeto de deseo y sin profundizar en sus sentimientos. Arturo utiliza la gente igual que utiliza el papel higiénico o los kleenex. Las personas son para utilizar y tirar.




En la lejanía se divisaban la siluetas de los árboles y la floresta del parque del barrio. El insensato de Arturo se acercaba sin tener consciencia de que un cuadrillas de seres feéricos aguardaban su llegada en las ramas.


Su gracia Reina Mab, en la lejanía se acerca un mentecato imberbe - el Gnomo Mjøðvitnir balbuceaba sonriente - será nuestra próxima víctima


Mi fiel vasallo, esta noche será un encanto y un placer danzar alrededor de su cadáver- Profería una risa jugosa e infantil – Prepara las dagas y las saetas




Me arrodillo ante su gracia – decía el gnomo mientras hacía un ademán – Mi llena de placer y honor servirle


El gnomo extrajo un filo sediento de sangre y se lo ofreció a la Reina de las hadas – Sería un gran honor poder ofrecer a su gracia el primer dardo que causará el fin de este malandrín.


La reina se aferró con fervor al mango de la daga y presto en el momento que el berzotas de Arturo estaba en diana, se estampó el mismo mango en las partes nobles siendo un golpe errado y causando una situación imprevisible. Solo un saltimbanquis puede entender lo que sintió Arturo en esos momentos nocturnos golpeado entre sus nalgas y la capacidad de desplazarse en los aires con una agilidad sobrehumana, que al fin y al cabo era una expresión de un dolor intenso y agudo. Un rostro caricaturesco y deforme en una mezcla entre horror y sufrimiento. Y un viaje extraordinario a unos metros de distancia como habría conseguido un gato salvaje. Es obvio que Arturo no era una persona dotada de mucha destreza y el impacto en el suelo fue realmente aun más dramático. Pero, lo que sorprendería los últimos recuerdos del cafre de Arturo no fue ese golpe, sino a continuación de un asalto de extraños hombrecillos presos del furor y que encolerizados golpeaban su cuerpo frágil por todos los rincones, mientras reinaba carcajadas y el jolgorio.
Al día siguiente un anciano encontró su cadáver magullado y desfigurado. En las autoridades dedujeron que fue un ajuste de bandas y el caso fue archivado por falta de testigos. Por ello, fue preso de la prensa sensacionalista que vendió carnaza para los sedientos de morbo y disfrute del dolor ajeno, tan propio de nuestra sociedad deshumanizada y alienada de principios









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